“Porque no todas las verdades son para todos los oídos, ni todas las mentiras pueden ser reconocidas como tales por cualquier alma piadosa”, Umberto Eco, El nombre de la rosa (1980)

Hay verdades tan evidentes que muchas veces -no necesariamente por elección- no vemos. Están tan cerca nuestro que su contundente presencia hace que la mirada vaya más allá de esa evidencia, la traspase buscando algo, una capa más profunda. Y es en ese intento por indagar, por ver más allá de lo obvio, se produce una interminable carrera hacia la incertidumbre. Porque cuando se busca lo que no está, cuando se ignora lo que existe y la carrera por desafiar aquello que se revela cristalino se impone, entonces gobierna el juego la desesperanza que desespera e intentamos recomponer y asignar sentido a aquello que no lo tiene. Las telas del cortinado velan un espacio actuando como tales, como cortinas. Es su elegancia, sutileza y seductora transparencia la que atrapa al espectador a priori con sus movimientos pausados y frescos y con su promesa de esconder secretos detrás que, quizás, podamos descubrir. Sin embargo, allí descansa el enigma porque la revelación que contiene la obra no está más allá del primer impacto, de aquello que nuestra percepción no pasa por alto y, en cambio, nuestra mente se propone de manera cuasi inmediata, ignorar. Coincido con Umberto Eco cuando hace referencia a que las verdades no son para ser oídas por todo el mundo. Porque requieren una predisposición distinta, una apertura a escuchar algo, tal vez, inimaginado; requiere dejar de buscar “más allá” y estar presente en un “más acá” que confronta y pone punto final a las especulaciones. Y esa verdad, muy a menudo, está plantada ante nuestros ojos con un silencio abrumador, esperando ser vista. No todas las miradas -tal como sucede con todos los oídos- van a buscar Más acá de lo evidente. Se perderán entonces en un laberinto de interpretaciones y allí quedarán, buscando la salida como un personaje mítico. Otras miradas no se conformarán con la obsesión y cambiarán su perspectiva; puede ser que ellas tengan mejor suerte y se acerquen al misterio ante ellos. Pero serán algunos pocos los que harán una lectura inmediata de la propuesta de la artista Carolina Di Paola, serán los pocos que suelen ver los bosques detrás de los árboles casi sin esfuerzo, aquellos que disfrutarán de un relato distinto en forma, soporte y concepto. Y es allí donde emergerá el dibujo, donde la línea será la protagonista y la autora de una trama que se despliega en un espacio distinto, generando nuevas preguntas en el espectador, cuestionando nuestro modo de ver y juzgar lo que vemos. En ese simple planteo, el primer plano invisible, silencioso, etéreo, infra leve, aparecerá. Y con él, una nueva experiencia sensible y reflexiva, quizás lo más importante que el arte puede regalarnos.

Curadora invitada: Lic. María Carolina Baulo, Septiembre 2024